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En consultoría, es fundamental aclarar dos conceptos que, aunque parecen evidentes para todos, suelen generar malentendidos incómodos respecto a las expectativas depositadas en un proyecto.

El primero es «sencillo». Una solución o proyecto es sencillo cuando es simple en su diseño, estructura o forma. Decimos que es sencillo porque está desprovisto de complicaciones o elementos superfluos y se enfoca en ser útil y completo con los mínimos recursos, los cuales suelen estar en el ecosistema y al alcance de quien los necesita. Lo contrario de lo sencillo es lo complicado o complejo. Es muy importante subrayar que sencillo no es sinónimo de «fácil».

Ya que «fácil» es otro término que también conviene tener claro. Lo “fácil” está relacionado con el esfuerzo, la habilidad o la capacidad necesarios para realizar o entender algo. Una acción o un concepto es “fácil” cuando no supone una gran dificultad para ser llevado a cabo o comprendido. En este caso, lo opuesto a fácil es «difícil».

Esta distinción entre «sencillo» y «fácil» es crucial para evitar confusiones y asegurar una comprensión y consciencia efectivas de la dimensión de un proyecto.

Una consultoría ética se orienta hacia la simplicidad en el diseño de los proyectos, buscando cercanía y empatía con la realidad de sus clientes. Pone el foco en adaptarse a la estructura y características de las organizaciones, construyendo a partir de los recursos disponibles en ese momento. En definitiva, evita la complejidad innecesaria para facilitar el desarrollo de las iniciativas y optimizar al máximo los recursos materiales, de tiempo y económicos.

Que se persiga la sencillez no significa que se consiga siempre, ya que algunos proyectos conllevan inevitablemente cierta complejidad. Sin embargo, el consultor o consultora centrará sus esfuerzos en simplificar al máximo esta complejidad, con el fin de hacer viable el proyecto. Esto explica por qué los buenos proyectos de consultoría se distinguen, básicamente, por la claridad y simplicidad de los objetivos y metodologías que proponen.

Pero, a pesar de su sencillez, los proyectos de consultoría raramente son fáciles. La razón principal es que, en la mayoría de los casos, estos proyectos están vinculados al cambio, y gestionar el cambio requiere de habilidades que no pueden darse por sentadas. Además, exige una serie de capacidades y actitudes que dependen, en gran medida, de la verdadera disposición para aceptar y asumir lo que implica ese cambio, incluso por parte de quienes han de liderarlo.

Liderar un proyecto de cambio significa mucho más que implementar nuevas ideas, mecanismos o procesos; implica involucrar a las personas, comunicar de manera clara y efectiva y aprovechar el talento y conocimiento colectivo. También requiere gestionar resistencias naturales, ya que abandonar las zonas de confort genera incertidumbre y, a menudo, miedo. Además, es fundamental contener la impaciencia y entender que los procesos de transformación necesitan su propio tiempo.

Es precisamente este conjunto de desafíos lo que hace que un proyecto de consultoría, por muy sencillo que parezca en su diseño, pueda resultar difícil en la práctica. La clave está en la disposición a cambiar junto con el cambio, a adaptarse continuamente, y a enfrentar los obstáculos humanos y organizacionales que surgen en el proceso. Por ello, la verdadera dificultad de estos proyectos radica en gestionar eficazmente las complejidades inherentes al factor humano, más que en la naturaleza técnica del proyecto en sí.

Para finalizar, es fundamental comprender que los binomios sencillo-complejo y fácil-difícil no solo deben ser claros para el cliente, sino también para el propio consultor o consultora. Estos conceptos deben orientar su propósito, su lenguaje, su actitud y su forma de comunicarse desde el primer momento.

Quienes somos profesionales de la consultoría debemos evitar caer en la trampa de utilizar un lenguaje pedante o complicar innecesariamente la exposición de nuestras ideas. El diseño de las propuestas no debería ser alambicado ni excesivamente técnico, ya que esto puede generar confusión y distancia con nuestro cliente. La claridad y simplicidad en la presentación de soluciones es clave para generar confianza, sin perder de vista que la sencillez no implica superficialidad, falta de rigor o profundidad.

Del mismo modo, hay que presentar las propuestas con cautela, evitando la tentación de atraer al cliente con la promesa de la “facilidad” del proceso. Afirmar que un proyecto de transformación será fácil puede generar expectativas poco realistas, llevando al cliente a esperar resultados en plazos irrealizables, a subestimar los recursos necesarios o a no estar preparado para enfrentar las dificultades y frustraciones que inevitablemente surgirán a lo largo de su desarrollo. La franqueza respecto a los posibles desafíos y la dificultad del proyecto es clave para que el cliente pueda tomar una decisión informada y comprometida, entendiendo plenamente lo que implica llevar adelante el proceso de cambio.

La auténtica consultoría se valora por hacer las cosas sencillas, posibles y alcanzables, garantizando que el esfuerzo invertido tenga sentido y que el logro sea una meta realista dentro del horizonte del cliente. En definitiva, es crucial establecer desde el principio que lo sencillo no es sinónimo de fácil, pero que es posible si hay voluntad de hacerlo.

Imagen de Stefan Schweihofer en Pixabay

Manel Muntada Colell
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