La consultoría desempeña un papel crucial en el crecimiento y desarrollo de las organizaciones. La principal ventaja de contratar los servicios de profesionales de la consultoría externos a la organización radica en su capacidad para observar desde una distancia objetiva, con ojos neófitos.
Esta perspectiva, no condicionada por la cultura interna, permite identificar áreas de mejora, proponer soluciones innovadoras y desafiar el statu quo. La consultoría bien llevada a cabo no solo conlleva la aplicación de conocimientos especializados, sino también la capacidad de cuestionar las prácticas establecidas y aportar ideas frescas.
A medida que el o la consultora pasa tiempo y se afianza en una organización, la inmersión con la cultura interna puede tener consecuencias inesperadas: su presencia y manera de hacer ya no es novedad, sus respuestas y actuaciones se tornan previsibles, establece lazos personales, es asimilado por el núcleo de poder, pierde perspectiva y su olfato para detectar problemas y oportunidades se va atenuando a medida que se familiariza con el ambiente y la rutina diaria. Lo que antes era novedoso y desafiante se vuelve rutinario, y la capacidad para cuestionar las prácticas existentes disminuye. Este fenómeno suele ser el responsable de que, tarde o temprano, el o la consultora pierdan su capacidad de generar cambios significativos.
Pero el riesgo más importante que surge cuando el profesional de la consultoría se acomoda a una organización es la generación de relaciones de dependencia.
Algunos profesionales de la consultoría pueden encontrar comodidad y seguridad al convertirse en una figura central en la toma de decisiones. Este fenómeno, aunque puede brindar resultados aparentemente positivos a corto plazo, representa un desvío ético que compromete la esencia misma de la consultoría externa.
Cuando un consultor se convierte en la única fuente de respuestas y soluciones, la organización depende en exceso de su experiencia y visión. Esto crea una vulnerabilidad significativa, ya que la dependencia extrema obstaculiza la capacidad de la organización para diversificar su capacidad de adaptarse a nuevos desafíos y puede desembocar en la atonía, repetición y falta de autonomía para la toma de decisiones críticas.
Utilizo el término «umbilicación» para referirme a este tipo de conexión donde consultor y organización parecen haber creado un vínculo permanente, cerrado, excluyente y, a todas luces, nocivo para la organización.
La umbilicación de la consultoría es tóxica para la organización porque empobrece la diversidad de pensamiento, ya que el o la consultora pueden volverse reacios a desafiar las prácticas establecidas o sugerir soluciones fuera de su área de confort. Además, inhibe la capacidad de la organización para buscar nuevas perspectivas y enfoques innovadores, ya que todo se canaliza a través de la figura central del consultor, que suele actuar como un tapón a otras influencias externas. Y, finalmente, puede ir acompañada de falta de transparencia, ya que el profesional de la consultoría puede estar menos inclinado a señalar aquellos problemas o desafíos que podrían comprometer su posición.
La ética en la consultoría implica no solo ofrecer soluciones efectivas, sino también empoderar a la organización para que tome decisiones informadas y sostenibles a largo plazo. Mantener una distancia profesional saludable y fomentar la autonomía de la organización son aspectos fundamentales a tener también en cuenta dentro de esta ética profesional.
Llegados a este punto, la analogía de la consultoría con Mary Poppins resulta particularmente reveladora. Al igual que la niñera mágica, la persona que lleva a cabo consultoría debe reconocer la importancia de saber cuándo es el momento de alejarse. La escena final de Mary Poppins, donde ella decide no acompañar a la familia al parque y se eleva con su paraguas en busca de nuevos proyectos, simboliza la necesidad de renovación y la resistencia a la complacencia.
La consultoría ética comprende que su valor radica en su capacidad para aportar perspectivas externas y desafiar constantemente la norma. En última instancia, como Mary Poppins, que se eleva hacia nuevos horizontes, la consultora y el consultor ético comprenden que su verdadera magia radica en ser catalizadores de cambio, no un elemento inmutable en la rutina diaria de la organización.
Mantener una distancia profesional saludable y fomentar la autonomía de la organización son los elementos clave que permiten que la consultoría cumpla su propósito transformador y dinámico. En este juego de paraguas y magia organizacional, la renovación constante es la fórmula para asegurar que la consultoría siga siendo una fuerza positiva y eficaz en el crecimiento y desarrollo de las organizaciones.
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