Tras el post anterior de Manel en torno a la franqueza, vamos con un segundo post acerca de los valores que en su día definimos para la consultoría artesana. Esta vez escribimos del pragmatismo. Antes de nada, decir que dejamos a un lado la visión que proviene de la escuela filosófica pragmática, uno de cuyos autores más relevantes fue, por cierto, John Dewey, quien tanto aportó a la educación (se considera fundadores a C.S. Peirce y a W. James). Digo esto porque no está de más saber que existe ese desarrollo teórico para echar mano de él y buscar ideas que alimenten nuestra reflexión. Aquí vamos a ser más humildes y entendemos lo pragmático como lo útil, lo que sirve para conseguir resultados.
Seguro que aquí, en nuestro blog colectivo, podrás leer más de una vez acerca de la importancia que concedemos al proceso, al cómo frente al qué y el para qué. Sin embargo, a nadie se nos escapa que debemos conducir a nuestros clientes a resultados (sea esto lo que sea). Pues bien, con cierta frecuencia observo un riesgo en la actividad que desplegamos desde la consultoría artesana: una pasión excesiva y sin control puede conducir a situaciones dolorosas, tanto en lo personal como en lo profesional.
Esto que comento es fácil verlo en las dedicaciones que ofrecemos. A veces parece como si, tras un pedido aceptado, nos fuera la vida en ello. Intentamos demostrar un compromiso máximo y supongo que este elemento diferencial en una relación proveedor-cliente sienta bien. ¿Queremos ver cómo te dejas la piel en el proyecto? Hay que buscar un justo medio… que casi nunca estará en la mitad exacta porque cada caso es diferente. Somos profesionales y debemos distinguir horas de calidad en la aportación que llevamos a cabo. Una dedicación en cuerpo y alma puede conducirnos a no hacer lo que deberías estar haciendo. Nos explicamos.
Ser pragmática tiene que ver con distinguir entre importante y accesorio, entre actividades de valor y simple carga de trabajo, entre calidad y cantidad. Piensa en una balanza en la que hay horas de consultoría (las nuestras) y horas de tu cliente; horas de actividades de alto valor añadido y horas de tareas más burocráticas. Hay que conseguir un balanceo adecuado. ¿Estás haciendo lo que no deberías hacer? Subrayo «no» porque de ahí se deriva que hay otras tareas que no estás haciendo. Tu día y el mío siguen teniendo 24 horas y hay que optar, no queda otra: ¿qué hacemos y qué no hacemos?
Exacto, lo has adivinado. En buena parte tiene que ver con un ejercicio de asertividad. El pragmatismo obliga a evaluar qué sí y qué no. No puedes enredarte en una espiral de dedicación máxima porque en la vida (laboral y personal) hay otras actividades tan importantes como las que has dibujado en ese proyecto de consultoría que tanto te coloca. Necesitamos las dosis justas de pasión. De vez en cuando hay que poner a enfriar la dedicación y tomar distancia frente a los hechos. Y claro que no importa que de vez en cuando subamos la montaña de la ilógica y sobredediquemos a un proyecto lo que no está escrito. Pero no puede ser la norma. Si no, sufrirás. Tú y tu gente, la que está más cerca, tanto en el entorno profesional como en el personal.
El pragmatismo tiene también mucho que ver con la gestión de las expectativas de nuestros clientes. Esta es una de las artes fundamentales en la ejercicio de la consultoría. Es muy probable que la dosis adecuada de pragmatismo de la que hablábamos antes tenga que ver con esto. Seguramente hay clientes más sensibles al resultadismo y otros que disfrutarán más del camino. También hay que tener en cuenta las circunstancias del proyecto específico. Los habrá con más presión de terminar en un resultado concreto mientras que otros, como decimos, se pueden permitir más experimentación.
En cualquier caso, hay que tener en cuenta que «por los hechos nos conocerán«. Así que conviene cuidar esta parte de nuestro trabajo. Quizá una buena conversación al principio de cada proyecto sobre entregables y resultados esperados sirva para saber mejor el terreno que pisamos. Estamos aquí para caminar junto a nuestros clientes y acompañarlos en sus objetivos. Se nos debe suponer cierta capacidad de adaptación para darnos cuenta de que las situaciones pueden ser diferentes en cada proyecto.
Así pues, ¿cuánto de pragmática te consideras? ¿Es un aspecto que debes trabajar? ¿Te sientes cómoda tal como te ves en la actualidad? ¿La satisfacción general con los proyectos, desde la perspectiva de resultados, es alta? Son preguntas relevantes que pueden ayudarte a progresar. Ánimo 🙂
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Buena reflexión y muy buena orientación. Me sucede como con otras cosas, que esto se puede saber pero sólo se aprende cuando uno se echa de menos a sí mismo por haberse hundido en las aguas cenagosas de su propia actividad.
Tu reflexión me trae a Byung-Chul Han en la Sociedad del Consancio, cuando se refiere a los nuevos modelos de esclavitud a los que lleva la autoexigencia.
Lo profesional se nutre de lo personal y este requiere de un “fortalecimiento del elemento contemplativo”…sin duda
Bien traído el amigo Byng-Chul Han. Supongo que no somos ajenos a un contexto que al final es mezcla exterior/interior. Nos venden caminos de progreso y desarrollo personal fruto de una especie de fuerza interior que o la tienes o la compras, y luego sucede que acabamos perdiendo el norte y sin llevar realmente las riendas de lo que queremos hacer.
Da para pensar, no hay duda. A lo mejor también nos sirve esta cita de otro de sus «libritos», Psicopolítica:
Las emociones, en cuanto inclinaciones, representan el fundamento energético, incluso sensible de la acción. Están reguladas por el sistema límbico, que también es la sede de los impulsos. Constituyen un nivel prerreflexivo, semiinconsciente, corporalmente instintivo de la acción, del que no se es consciente de forma expresa. La psicopolítica neoliberal se apodera de la emoción para influir en las acciones a este nivel prerreflexivo.
Una idea que también desarrolla magníficamente Martha Nussabum en La monarquía del miedo absolutamente recomendable.
Tomo nota 🙂