Alberto Vizcaíno
Soy hijo del éxodo rural. Licenciado en Ciencias Ambientales, autor del blog Productor de Sostenibilidad y culpable del libro “Contenedor Amarillo, S.A.”. He asesorado a empresas y administraciones públicas en gestión ambiental e indicadores de sostenibilidad. Actualmente me ocupan la formación y la sensibilización ambiental.
Cada vez son más las empresas y los productos que nos hablan de su contribución a la sostenibilidad. En un contexto de creciente conciencia sobre los límites del planeta que habitamos y los impactos que causamos en nuestro entorno, la sostenibilidad se convierte en un potente reclamo para vender más.
El concepto quedó claro gracias al Informe de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, liderada por la noruega Gro Harlem Brundtland. A finales de la década de 1980, nos dejó una definición con la que abordar el problema. Así, entendiendo que el principal objetivo del desarrollo es la satisfacción de las necesidades y aspiraciones humanas, el desarrollo sostenible es el que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades.
Actualmente, mi forma de satisfacer la necesidad de comunicación y acceso a la información pasa por llevar en el bolsillo un dispositivo móvil con el que hacer llamadas, recibir mensajes y conectarme a Internet en cualquier lugar y en todo momento. No siempre fue así. Hasta mediados de 1990, nada era tan urgente que no pudiese esperar a un teléfono fijo.
Anhelar cualquier tiempo pasado, especialmente si me pareciese mejor, me convertiría en el hombre de las cavernas que niega las bondades del avance de la tecnología. Y no cabe duda de que disponer de mi dispositivo inteligente es una gran ventaja. Especialmente si me comparo con las personas que explotan minerales baratos en el Congo o la selva del Amazonas. O frente a quienes lidian con los residuos electrónicos que se acumulan en Ghana.
Sí. Mola mucho tener un teléfono móvil en el bolsillo. Pero que, gracias al modelo de negocio del fabricante del hardware y a la persona que programa el software el dispositivo quede obsoleto y necesite reemplazarlo cada poco tiempo implica costes que no se reflejan en el precio. Impactos que asumen la parte de esta generación que no tiene acceso a esa tecnología y las generaciones futuras que no dispondrán de los recursos despilfarrados y sufrirán los residuos que dejamos.
Cuarenta años después de la definición conceptual, cuando hablamos de desarrollo sostenible nos referimos al hambre en el mundo, al acceso a la educación, a la igualdad de oportunidades, al disponer de agua limpia, al saneamiento adecuado o al derecho de un trabajo decente. Son 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible que ponen el foco en todas las necesidades que siguen sin estar resueltas para toda la generación presente.
¿Es posible cubrir nuestras necesidades de comunicación y permitir a las niñas y niños del Congo una educación de calidad? ¿Puedo vestir ropa fabricada respetando unos mínimos derechos laborales y pagando sueldos dignos? ¿Sabemos distribuir productos sin envases de un solo uso que afectan a nuestra salud y a la biodiversidad? ¿Podemos producir alimentos sin esquilmar los ecosistemas del planeta que nos dan de comer? ¿Movernos sin contaminar el aire que respiramos?
La sostenibilidad debería ir más allá de llevar a cabo buenas acciones relacionadas con el día mundial correspondiente. Pasa por internalizar las externalidades negativas del modelo de producción y consumo basado en usar y tirar. Implica revisar modelos de negocio y procesos de toma de decisiones. Cada cual en su ámbito de responsabilidad, dentro y fuera de la empresa, en nuestra vida profesional y personal.
Y no es fácil. ¿Puedo renunciar a trabajar para una empresa con un modelo de negocio insostenible? ¿Mi jornada laboral me permite consumir productos frescos de temporada y proximidad en comercios locales? ¿El departamento que dirijo contrataría proveedores que demuestren su compromiso con el medio ambiente? ¿Mi personal puede acudir a la empresa caminando o en bicicleta? ¿Podrían comprar mis productos las personas que viven cerca de donde se fabrican? ¿Las inversiones de tus socios comprometen las opciones financieras de la gente que trabaja en mi empresa?
La cantidad de residuos que generamos, las horas que dedicamos al desplazamiento diario a nuestros centros de trabajo, el tiempo que no pasamos con nuestras familias o los días de baja por enfermedades y accidentes relacionados con nuestra actividad o el estrés que nos causa son indicadores que nos hablan de nuestra propia insostenibilidad.
Y las empresas, esas que lanzan globos para celebrar una nueva campaña de propaganda corporativa, no ayudan. Cuando sistemáticamente contratan la sostenibilidad para que la haga el o la becaria de una empresa de comunicación, cuando encargan fuera un informe a partir de datos inconexos, cuando crean un puesto por el que año tras año rotan jóvenes promesas, o mantienen un departamento periférico sin capacidad de influir en el modelo de negocio, utilizan la sostenibilidad para pintarse de verde sin atender las necesidades de las personas.
Personas que aspiran a desarrollar una carrera profesional, a disponer de un rato al día para leer, caminar por el barrio, comprar en la frutería de la esquina o parar a charlar con sus vecinos o quizá simplemente a poder volver a un hogar después de su jornada laboral. O a salir de la desesperación de proveerse el sustento en un vertedero rebuscando entre las miserias de otros.
No hay que volver a las cavernas. Ni creer en unicornios de colores. El desarrollo sostenible no se olvida de su viabilidad económica, que es el que lo hará posible. Pero busca un enfoque social, en el que las personas puedan cumplir sus aspiraciones sin agotar los ecosistemas que permiten la vida que disfrutamos. Tres patas: económica, social y ambiental, para conseguir el objetivo de mantener las condiciones de vida adecuadas para que nuestra especie pueda seguir evaluando sus necesidades y la mejor forma de satisfacerlas sin comprometer la capacidad de otras personas para satisfacer las suyas propias.
Imagen de Thaliesin en Pixabay.
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