Juanma Murua
Economista y consultor independiente en el ámbito de la Gestión de Ciudades y Territorios, especialista en Políticas Deportivas y de fomento de la Actividad Física.
He dirigido y apoyado el diseño y puesta en marcha de diferentes proyectos relacionados con el deporte y la gestión de las ciudades, las ciudades sostenibles y saludables, así como Planes de Desarrollo Local apoyados en el deporte.
Escribo en el blog ‘Economía en chándal’.
Josemari fue tendero durante 40 años. Abrió su primera tienda de comestibles en el barrio de Egia, en Donostia, nada más regresar del servicio militar obligatorio. La cambió por otra más grande, transformándola en un autoservicio y abrió otra en el centro de la ciudad. Hasta su jubilación se dedicó a atender a la gente del barrio, poniendo a la venta los productos que creía que necesitaba la gente y ofreciendo servicios relacionados con su tienda.
De lunes a viernes se levantaba a las 5:00 de la mañana para ir al mercado de frutas. Siempre era de los primeros en llegar, lo que le permitía adquirir el mejor género a buen precio. Nunca falló a su cita con el mercado y estaba orgulloso de ese compromiso con lo que hacía.
Año tras año, desde que abrió su primera tienda, fue aprendiendo. Años de atención al público le permitían reconocer las necesidades y deseos de la clientela del barrio; antes incluso de que se lo demandasen. La experiencia forjó el oficio.
Y eso también enorgullecía al tendero: desarrollar sus habilidades comerciales. Unas habilidades que había adquirido viendo a su madre durante años y que mejoraban con la experiencia. Acertaba en los productos que su clientela demandaría; atinaba a la hora de hacer el pedido para llenar su almacén con las cantidades adecuadas de género; negociaba los precios de proveedores para ponerlos al mejor posible en sus estanterías; ofrecía un servicio de atención personalizada y prácticamente conocía los gustos, las preferencias y los problemas de cada clienta que entraba en su tienda.
Para la mayoría de centros comerciales y cadenas de supermercados los objetivos fundamentales son el margen por cliente o la rentabilidad por metro cuadrado de superficie. Tratan de colocarnos su tarjeta de fidelización para alimentar al algoritmo que prediga o induzca nuestras decisiones de compra. Frente a ese modelo de comercialización agresiva, Josemari incorporaba la ética en el proceso. La ética de vender con modestia. Las conversaciones que mantenía con las personas que entraban a su tienda le permitían constituir relaciones duraderas. Conversaciones siempre de frente, sin intenciones ocultas. Un sincero “en qué te puedo ayudar”.
Nuestro homo mercator tenía claro que la clave de su competitividad ante esos modelos comerciales depredadores estaba en la calidad de su relación con los clientes y con su entorno. Desde su tienda organizaba actividades para el barrio: concurso de tortillas de patatas, sorteos, degustación de pinchos en las fiestas, patrocinio de equipos deportivos y participaba en asambleas de vecinos para la dinamización del barrio.
Esa calidad de relaciones iba más allá de los clientes y se extendía a otros comerciantes del barrio. Josemari defendía que la colaboración con ellos era clave para generar un entorno comercial dinámico que ofreciese a la gente del barrio todo lo que precisasen en su compra diaria. La colaboración con otros profesionales era necesaria para el desarrollo de su propio negocio.
Entre las numerosas actividades que desempeñaba el tendero había una que llamaba la atención por lo mucho que le hacía disfrutar: la elaboración de los carteles con las ofertas que colgaba por la tienda. Se deleitaba con esta tarea. Tenía una increíble colección de rotuladores de diferentes tamaños y colores con los que diseñaba los carteles de los productos y precios más reseñables. Era, posiblemente, la tarea más creativa de las que hacía y tal vez eso la hacía tan especial para él. Una tarea que fue perfeccionando con los años, desarrollando su creatividad mediante la experiencia y el conocimiento.
A los 64 años el tendero se jubiló. Un año antes de lo que tenía planeado. Estaba cansado de los madrugones y tenía ganas de disfrutar de sus nietas y nietos que ya habían comenzado a llegar.
Josemari Murua es el tendero que me enseñó el oficio de consultor.
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¡qué fácil y qué difícil a la vez!, verdad Juanma?
Escuchar y proponer, benditas palabras. 😉
¡¡me ha encantado tu post, Juanma!! qué bonito ver embebidos, de un modo tan natural, en las formas de hacer de una persona concreta, varias de las prácticas artesanas que definimos en nuestra Declaración. «Lo artesano» tiene algo entrañable que se percibe mejor en las historias de personas, como esta que nos regalas. Gracias por colaborar en el blog. Ha sido un placer leerte…