Con el tiempo, cada vez valoro más la consultoría de pocos clientes. Claro está, son clientes con los que estableces una relación que se mantiene en el tiempo. Reconozco, no obstante, que quizá tenga que ver con el ciclo vital en que está uno. Aquella etapa de los desafíos que provenían de afrontar el salto de organización en organización, a veces con mucha diversidad de por medio, ha quedado aparcada por otro tipo de consultoría, más contenida y serena. Dos adjetivos que a lo mejor te sorprendan. Voy a intentar explicarme.
Todo tiene que ver con el conocimiento que adquieres a lo largo del tiempo cuando trabajas desde la consultoría con una misma organización en diferentes proyectos. Eso que venimos en llamar “cultura de empresa” comienza a hacerse tangible. Tú, con tu aportación consultora, terminas por formar parte de un ecosistema en el que eres y no eres, a la vez, parte de esa cultura.
En la relación proveedor-cliente llega un momento en el que las dos partes terminan por encontrarse en algún lugar donde los lazos se estrechan. Bueno, puede suceder, o no. Si sucede, eso sí, no convendría sumar como otra pieza más del conjunto “cultura”. No al menos como otro elemento asimilado a los demás. No podemos renunciar a la distancia, a la otredad que representamos. Estamos ahí, repetimos nuevo proyecto con la misma organización, pero, a la vez que “nos entendemos”, debemos desempeñar un cierto rol desestibilizante, si se me permite el término.
El equilibrio necesariamente es inestable. Mientras se mantiene el vínculo cliente-proveedor, las tensiones deben formar parte del contrato. Tenemos que pensar diferente. A fin de cuentas, estamos “fuera de la caja”; no formamos parte de su estructura formal.
Creo que nuestra responsabilidad pasa por un constante ejercicio de aflojar y tensar la intervención. Cuando hablaba antes de una consultoría “contenida”, pensaba en lo importante de modular el grado de intervención. Hay ocasiones en las que tienes que aportar a saco porque estás abriendo un melón que implica novedad. Piensa en un valor que la organización reconoce que aún no tiene asumido, pero lo define como deseable. Su cultura no refleja algo que creen que necesitan. Hace falta una ruptura del statu quo. Hay que abrir una puerta con la que hasta ahora no se habían atrevido.
Lo nuevo, la novedad, la innovación. Siempre es contingente. Para ciertas organizaciones lo es y para otras no lo es. Tenemos que ser capaces de hacer de espejo y ayudar a que lo nuevo se entienda como posible. Para eso estamos ahí. Para los cambios, para los tránsitos, para la novedad. Por eso siempre hay que caminar junto a las metodologías del cambio (así, en plural, porque también son contingentes). Manel Muntada reflexionaba sobre el cambio y su «descreimiento de la consultoría» no hace mucho en este mismo blog colectivo. Asunto complejo. Pero ahí está la gracia.
Una intervención “contenida” supone reconocer que hay que manejar “dosis”. ¿Cuánta energía externa introducir? Es parte de la magia. La consultoría artesana regala esos momentos.
Serenidad, tranquilidad, calma. Traducir urgencia a una lógica más positiva y que empodere. La urgencia es consustancial a nuestra era. El tiempo se reduce. Las horas se comprimen. Kairos y Cronos separan sus caminos. El tiempo objetivo sucumbe a la prisa. Lo normal es que no haya tiempo. El torrente de lo urgente arrastra lo importante y lo diluye. Por eso conviene practicar una consultoría serena.
Hay que bajar los decibelios y poner en barbecho el crisismo. Todo son crisis. Todo retumba y requiere atención. Pero nuestros días, por mucha inteligencia artificial en que nos apoyemos, siguen siendo de 24 horas. Una consultoría serena debe ser capaz de lidiar con las presiones de lo urgente y rebajarlas hasta pasarlas por el filtro de la cordura y la asertividad. Decir que no: qué gran argumento para los tiempos presentes.
Quizá hay que llevar a cuestas muchos proyectos de consultoría y muchos clientes para al final volver a una lógica de producción artesana: pasar tiempo con “la obra” (muy pocas obras) para comprender que hay ritmos naturales con los que conviene sintonizar. Esos “muchos proyectos” y “muchos clientes” solo tienen que ver con la edad. Cuando miras atrás ves que hay momentos vitales para la zozobra y que hay otros para la estabilidad. A lo mejor hay que pasar por la zozobra para alcanzar la consultoría contenida y serena. Y a lo mejor hace falta también una consultoría de zozobra y ruptura permanente. Los desequilibrios nos alimentan y nadie dijo que solo hubiera una manera de ejercer esta profesión.
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