Creo no faltar a la realidad si digo que quienes compartimos el enfoque artesano de la consultoría sentimos una conexión profunda con nuestra actividad profesional. Dicho esto, no podemos obviar que cada cual enmarca esta actividad en unas coordenadas existenciales específicas. Me refiero con esto de «existenciales» al ciclo vital en que nos encontremos, a la situación familiar, a las necesidades económicas, a la necesidad de cuidar a seres cercanos o incluso a algo no tan fácil de definir como es el propio proyecto personal. Practicamos la consultoría artesana en contextos específicos que, por decirlo de alguna forma, la matizan.
Por otra parte, soy de los que pienso que hacer de la pasión tu trabajo es un asunto muy delicado. Los ingresos económicos que necesitamos para disponer de una vida digna pasan por acordar transacciones en las que debemos ponernos en valor. Me gusta lo que hago y tengo que cobrar por ello. Somos profesionales y debemos recibir a cambio una retribución justa. ¿Qué quiere decir «justa»? Otro debate que podemos abrir. Al final, (casi) todo es relativo. Me temo que «la justicia» no es fácil de aplicar. Cada cual manejamos nuestra propia justicia. Tiene que ver, claro está, con la ética en tu práctica profesional.
Esto enlaza con otra reflexión que me parece muy relevante. Es la que tiene que ver con la importancia que asignamos al trabajo en nuestras vidas. Creo que el progreso social –sí, un concepto complejo y poliédrico sujeto al color del cristal con que se mira– provoca movimientos tectónicos en torno a la percepción que progresivamente se tiene del trabajo. ¿Cuánto me defino por mi trabajo y cuánto por todo lo que no es «trabajar»?
Volviendo al contexto en el que cada cual desarrollamos nuestra actividad profesional, mis actuales sesenta años, por ejemplo, me colocan en un lugar que puede ser muy diferente al tuyo. El caso es que desde hace cierto tiempo vengo dedicando horas no remuneradas a un proyecto que me ilusiona. Es un proyecto editorial, una revista relacionada que se centra en la bicicleta como estilo de vida: Bizikletan / Andar en Bici. Vivo preso de ciertas contradicciones, como tantas otras veces. El caso es que este particular momento vital, el de entrar en la década de los sesenta años, me coloca de nuevo frente al sentido (o sinsentido) de «trabajar» sin recibir una recompensa económica por ello.
Recuerdo que hace catorce años llevamos a cabo un taller #REDCA en Bilbao al que pusimos por título «Todo por la pasta». Aún podéis visitar el sitio web que construimos. El objetivo era compartir experiencias respecto al lado económico de nuestra actividad profesional. El taller tuvo una parte privada, propia de quienes pusimos en marcha REDCA, y otra pública, en la que abrimos la sesión a una comunidad más amplia de profesionales de la consultoría. Allí surgió la idea de la política Robin Hood: podía ocurrir que algunos proyectos nos proporcionaran la facturación suficiente como para no cobrar por otros servicios. Dependía del proyecto en sí. Porque cada proyecto, de alguna forma, era único, y el precio de mercado podía entenderse con muchos matices.
Supongo que llegar a estas edades te coloca frente a algunas preguntas delicadas: ¿qué he aportado realmente a la sociedad con mi trabajo?, ¿qué no he hecho y me gustaría hacer desde el punto de vista profesional?, ¿debo permitirme el lujo de meter horas en proyectos no remunerados? En parte, por supuesto, tiene que ver con el concepto de voluntariado. Pero ya se sabe que la contribución a una sociedad más justa se puede canalizar hoy en día a través de actividades muy diversas. Quiero pensar que lo que estoy haciendo (las horas que dedico a un proyecto por el que no recibo ingreso alguno) tiene sentido en el ciclo vital en que me encuentro.
Este proyecto del que hablo conecta con mi pasión, la bicicleta, y también con ayudar a quienes comienzan a abrirse paso en el mercado de trabajo. En fin, soy consciente de que este artículo no hace sino expresar una situación muy particular. Llega un momento en el que, después de 35 años de vida laboral, quieres mirar hacia delante y creer que estás haciendo las cosas bien. Y «bien» quiere decir «de acuerdo con tus principios y valores».
Todo lo anterior para intentar explicar que el trabajo (llámalo de otra forma si quieres) no remunerado tiene pleno sentido. Con sus mil contradicciones y matices.
Imagen de Colin Behrens en Pixabay.
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