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Desde mi punto de vista, facilitar un proceso de cambio es algo similar a preparar de forma colaborativa una «pócima mágica» de un solo uso.

Esta pócima siempre contiene múltiples ingredientes que se van incorporando de forma conjunta por todas las personas involucradas en el proceso y que dan lugar a una mezcla única.

La experiencia nos va ayudando a saber qué ingredientes debemos aportar, la cantidad y el momento en el que se deben incorporar. Y aunque conseguir el resultado deseado siempre requiere de un proceso bien estructurado, también precisa de múltiples ajustes sobre la marcha.

Creo que me resultaría imposible hacer la lista completa con todos los ingredientes de la pócima que facilita el cambio, pero algunos de ellos, sin duda, son: compromiso, conocimiento, propósito, ilusión, atención, motivos, resistencia al cambio, flexibilidad, voluntad, método, proceso, hábitos, paciencia y confianza.

Los ingredientes que aporta el consultor son tan necesarios como los que aportan las personas inmersas en el proceso de cambio, porque unos no tienen sentido sin los otros.

Puede que te haya llamado la atención que entre los ingredientes de la pócima no esté la escucha. El motivo es que, desde mi punto de vista, la escucha no es un ingrediente sino el catalizador de la «pócima mágica». La enzima que permite que se cree la conexión y el vínculo de confianza necesario para que el cambio sea posible.

La escucha, desde mi punto de vista, es ese elemento cuya presencia es imprescindible para hacer que el resto de los ingredientes reaccionen de la forma adecuada y así conseguir que la fórmula del cambio sea efectiva.

¿Cómo pienso qué debe ser esa escucha?

Humilde, consciente de su imperfección; capaz de interpretar con la mente y con el corazón; libre de juicios de valor; que busca entender las necesidades del que comunica, y por supuesto, siempre abierta a hacernos cambiar nuestro punto de vista.

Una escucha relajada, atenta y afectuosa; que no se distrae con tus pensamientos y que sabe respetar los turnos de palabra.

Bidireccional. Si las personas con las que trabajo notan — y esas cosas se notan— que no las escucho, dejarán de escucharme. Si las personas con las que trabajo no me escuchan el proceso será una farsa.

Debe ser una escucha que involucre a los cinco sentidos. Una escucha activa, capaz de entender lo que se dice y captar lo que no se dice.

En ocasiones tendrá que interpretar lo que nos están tratando de decir, aunque las palabras parezcan decir otra cosa y, al mismo tiempo, tendrá que ser una escucha rigurosa que no invente lo que no está en la conversación.

Escuchar requiere comprobar desde la comunicación colaborativa si lo que se está entendiendo es lo que se tratando de transmitir.

Requiere respetar los silencios y lo que no se dice; necesita de amabilidad, de paciencia y de genuino interés.

Escuchar siempre, en cada proceso de cambio, con la actitud de un niño curioso que escucha por primera vez cualquiera de las «resistencias»; que siempre aparecen cuando el cambio es de verdad.

Se trata, en definitiva, de escuchar desde la ignorancia para poder construir desde el conocimiento.

 

 

Paz Garde
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