Momo es un libro de lectura y relectura obligada para cualquier persona interesada en la relación de consultoría.
De manera sencilla y fresca, en esta deliciosa obra, Michael Ende va tocando temas muy pero que muy complejos, algunos de los cuales siguen abiertos e incluso con cierta relevancia hoy en día, 43 años después.
Así, por ejemplo, al principio de la novela se nos revela la gran cualidad de Momo y el porqué de lo balsámica de su presencia para las gentes de la pequeña ciudad en la que se instala, y es que la pequeña Momo tiene una capacidad poco común, ya que cualquiera que acuda a ella, encuentra la respuesta o la solución a sus problemas; incluso aquellas personas que tienen diferencias entre si llegan a puntos de encuentro cuando van a ver a Momo.
Y, ¿a qué se debe eso? ¿Es que la niña es tan sabia o tiene tanta información, experiencia y capacidad de respuesta como para tener un buen consejo para cualquiera? ¿Es una experta en complejas metodologías de análisis y solución de problemas o en técnicas de mediación y gestión del conflicto?
Nada de eso, nos dice el autor, lo que Momo hace como nadie es, simplemente, escuchar, algo que muy pocas personas saben hacer de verdad:
“Momo sabía escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí y escuchaba con toda su atención y toda simpatía. Mientras tanto miraba a la otra persona con sus grandes ojos negros y la persona en cuestión notaba de inmediato cómo se le ocurrían pensamientos que nunca hubiera creído que estaban en ella.”
Un pasaje impresionante que desvela sensaciones que hemos experimentado, que pone de manifiesto el respeto que merece cualquier persona, que nos hace ver cómo inhibimos e invisibilizamos habitualmente a esas personas con rápidas, superficiales o maliciosas valoraciones. Y, sobre todo, revela el gran poder tractor de la escucha genuina a la hora de generar pensamiento y conocimiento, cómo la escucha, en sí misma, inspira las ideas más brillantes a la vez que es un portal fabuloso a la autoconciencia y a la autoestima: escuchar es en realidad un regalo.
Pero lo que sostiene ese pasaje y, en definitiva, lo que constituye el eje en torno al cual gira toda la novela, es el impacto del tiempo que nos damos en la calidad de las relaciones que mantenemos, porque si una cosa ofrece Momo es tiempo; nadie que no tenga tiempo puede escuchar tal y como lo hace ella; la impaciencia está en las antípodas del hecho humano, de todo lo que es emergente y delicado.
En Momo, Ende expone magistralmente la paradoja del tiempo que caracteriza nuestro momento actual, como con el propósito de ganar tiempo ahorrándolo de cualquier aspecto contemplativo, estético, espiritual o relacional y orientándolo hacia el cortoplacismo utilitario y productivo, nos quedamos, cada vez más, sin tiempo para nada.
Decía al principio que Momo es una novela para consultoras y consultores no tanto por la importancia de saber escuchar, que también, sino por la relevancia que tiene el tiempo en nuestros proyectos, tanto el tiempo que nos exigen, como el que realmente necesitamos para dar una respuesta correcta, como el tiempo que nos damos para poder ser en el proyecto.
La consultoría se desarrolla en un espacio atemporal del tiempo organizativo, no porque no requiera de tiempo, sino porque el tiempo que precisa es distinto del tiempo que transcurre para la organización. De ahí la falta de correspondencia que con tanta frecuencia se da entre el tiempo que exige la organización y el tiempo que necesita el proyecto desde la perspectiva de la consultora o del consultor, se trata de algo normal y, como tal, hay que aceptarlo para poder intervenir en ello.
Puede que haya quien, por aquello del empirismo con el que nos forzamos a valorarlo todo, crea que esta afirmación del transcurrir distinto y de la atemporalidad del tiempo no dejan de ser giros literarios para definir lo que simplemente son desacuerdos entre cliente y proveedor sobre el tiempo necesario para el proyecto, que el tiempo es lo que miden relojes y que, por lo tanto, es igual para todo el mundo, aquí o en Pekín, restándole, claro, las 7 horas de diferencia.
Pero no es así, en lo que respecta al discurrir, solo hay que refrescar los trabajos desde la mecánica cuántica de Carlo Rovelli sobre la ralentización del tiempo y, sobre la atemporalidad, no solo nos ilustra Ende en la famosa frase que encabeza este artículo, aquella de “existe una cosa muy misteriosa…” y que termina grandiosamente con aquel “porque el tiempo es vida. Y la vida reside en el corazón”, sino que también amplían este concepto autores como Byung-Chul Han o Luciano Concheiro cuando nos anima a liberarnos de la aceleración en la que vivimos instalándonos en la atemporalidad del “instante”, por ejemplo.
La consultoría, decía, se desarrolla en un espacio atemporal; se trata de una pausa en la linealidad ininterrumpida del tiempo de la organización que esta necesita para poder transitar y hacer efectivo el cambio; sin pausa, no hay cambio.
Pero pausar no significa necesariamente parar, una colaboración de consultoría es, en sí misma, una placenta en la organización, un espacio no agresivo ni invasivo, integrado en el cuerpo y ritmos de esta, pero separado de ella por unas condiciones particulares que permitan que en su interior germine y se desarrolle un proyecto de cambio en el cual la organización confía su futuro; el tiempo y el silencio amniótico necesario para el desarrollo de este germen de cambio es el que la organización ha de aprender e integrar en su propio tiempo corporativo, no al revés.
Pero querer cambiar no conlleva, necesariamente, saber hacerlo, por esto, en cualquier proyecto de consultoría, siempre se ha de insistir en una pedagogía “de oficio” destinada a frenar la impaciencia y que contribuya a tomar conciencia de que el tiempo que se le ha de dedicar a las cosas, no ha de ser ni mucho ni poco, sino el necesario para el propósito que se pretende.
Un aprendizaje que no se limita simplemente a los tiempos del proyecto, sino que se pretende que se extienda a otros ámbitos de la vida organizativa y actúe como un desacelerador que permita, súbitamente, contemplar, con más nitidez, los objetos, paisajes y personas que antes no daba tiempo a ver y, con ello, ganar en capacidad de decisión, innovación y relación. La colaboración en consultoría es, en sí misma, cambio.
El conjunto de lo que quiero exponer aquí se ejemplifica a la perfección en el relato de Mary Poppins, que es contratada solo para cuidar de un par de niños y termina su colaboración dejando a la familia Banks jugando en el parque, juntos como no lo habían estado nunca y cada cual donde realmente quiere estar, pero esa es otra historia y ha de ser contada en otra ocasión.
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«Momo» es uno de esos libros que, efectivamente, o al menos en mi caso, lo lees pasada la adolescencia, pero que convendría recuperar para comprenderlo en su plenitud.
Eres una persona más que escucho en las últimas semanas hablar de esta paradoja que es el tiempo. Necesitamos tiempo para hacer cosas en un momento en el que no tenemos tiempo para nada, necesitamos tiempo para leer y asimilar tanta información que tenemos y que deseamos pero en cambio queremos cosas para ya.
En nuestra profesión siento que esto del tiempo es un factor de comparación entre el tiempo de una persona y el de la otra. Se tienden a comparar: «en esas horas que necesitas, yo puedo hacer todo esto», y creo que ese es uno de los problemas no ya del consultor sino de hacer consciente a las personas de que efectivamente, «cada cosa requiere su tiempo», que no tiene solo que ver con el paso de minutos y horas, sino con el propio ritual que conlleva.
Ahora a ver dónde tengo MOMO en casa 😉
Muy recomendable «Pausa» de Robert Poynton, Juanjo.
Muy de acuerdo, por supuesto, con lo que dices, de ahí que sin esa pedagogía que tienda a diversificar los tiempos, la aportación de la consultoría en un proyecto sea incompleta para el propósito de cambio que pretende.
Un abrazo!
Jooo, Manel, peazo de post te has largado más bueno e inspirador. No se podía contar lo que cuentas, esa relación delicada que mantenemos con el tiempo en la consultoría, de un modo más bonito y evocador. No sobra, ni falta, una palabra. Tomo nota de los libros que pones en la imagen, a los que seguro vale la pena dedicarle tiempo, para paladearlos.
Está clarísimo lo que dices del impacto que tiene «el tiempo que nos damos en la calidad de las relaciones que mantenemos», y esto también afecta -y mucho- a nuestra forma de hacer consultoría. Creo, francamente, que esa puede ser una propiedad singular o identitaria del estilo artesano: la desaceleración que intentamos imprimir a nuestras prácticas huyendo del «cortoplacismo utilitario y productivo». Ese espíritu «contemplativo, estético, espiritual o relacional» al que te refieres, y que yo reconozco en vario/as de los que participamos en esta red.
Un tema super pertinente es esa «atemporalidad» que explicas así: «el tiempo que precisa la consultoría es distinto del tiempo que transcurre para la organización». Sería interesante profundizar en cómo esa disonancia afecta la percepción, por parte del cliente, de los presupuestos (€) que damos en consultoría; o nuestra propia «relación financiera» con el tiempo que usamos para trabajar adoptando ese espíritu reposado. Creo que ahí hay mucho hilo en el que enredarse, no?
De nuevo, enhorabuena Manel, tu post me ha encantado. Además, muy bien escrito y generoso en pistas para leer!!
Gracias
Muchas gracias, Amalio, por esa valoración tan cálida, me llega y reconforta!
Sí, la relación tiempo-pressupuesto y las dinámicas a las que puede dar lugar es todo un tema! alguna vez ha de aparecer esta cuestión en este blog…
Un abrazo fuerte!
Me ha encantado tu post. El tiempo ayuda a madurar las cosas. Cuando releo algunos trabajos de hace años veo en ellos lo artesanal, lo reflexivo, y eso que no teníamos tantos medios y no estaba internet. Esa rapidez a veces se convierte en superficialidad y me entra un poco de añoranza, así que agradezco la llamada de atención y las recomendaciones. Por cierto, estoy impaciente. ¿Para cuándo el de Mary Poppins?
Un abrazo
Mary Poppins puede dar para mucho, ¿verdad? un post complejo para medirlo y escribirlo con tiempo si quiere aprovecharse lo que da de sí el personaje: difícil 😉