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Llevo ya más de una década desnudándome ante otras facilitadoras y facilitadores. Me expongo, sin vergüenza de ningún tipo, a que vean mis bondades y también mis carencias a la hora de idear, desarrollar y valorar mis actuaciones como facilitadora en un curso, taller o experiencia de aprendizaje. 

Lo confieso, hace unos cuantos años, esta exposición me resultaba algo incómoda, por aquello de enseñar partes nobles del quehacer profesional de una sin muchos tapujos, porque los pocos que ponía se iban cayendo a medida que los minutos en la formación avanzaban. Pero ahora el rubor me ha desaparecido y he conseguido disfrutar de ese nudismo compartido en el momento de facilitar, que provoca aprendizajes bidireccionales (tanto en participante, como en el equipo de facilitación) y desarrolla habilidades de esas, para mí, mal llamadas blandas.

Empiezo por el principio, te hablo de facilitar. La primera definición de la RAE del término facilitar es “hacer fácil o posible la ejecución de algo o la consecución de un fin». Visto así, el término es altamente seductor y decir que te dedicas a esta rama laboral suena bien… muy bien. Si a «facilitar», le añado el prefijo “co”, se genera automáticamente un efecto multiplicador que permite evolucionar la experiencia (en mi caso de aprendizaje) hasta casi el infinito y más allá.

Pero conseguir maximizar esta relación de pareja, de más o menos duración, con la compañera o el compañero de facilitación, necesita de cuidados, diálogos, comprensiones y cafés o zumos de piña, para generar sinergias, ajustar tuercas y cuentas, para que durante el proceso de ideación, desarrollo/facilitación y cierre (con emisión de la factura incluida) del curso/formación en cuestión todo fluya.

Si has llegado hasta aquí con tu lectura, habrás descubierto que me gusta “enseñar”, por eso comparto contigo una gran parte del making of que hace posible que pueda llevar a cabo procesos de cofacilitación que yo valoro positivamente (quizás debería preguntar a mi partner si también lo percibe de este modo😅).

  • Establecimiento de tiempos de calidad para poder establecer consenso acerca de los objetivos perseguidos, los contenidos que presentar (y su orden de aparición), el tipo de retos de aprendizaje, la metodología y la estrategia de evaluación, los recursos analógicos y digitales que tenemos que tener listos, el manejo de los tiempos, las informaciones básicas y adicionales que compartiremos, etc.
  • Creación de espacios seguros para comunicarnos de manera asertiva y tranquila, promoviendo una escucha activa y generativa que nos lleve a plantearnos preguntas, aportar respuestas y crear.
  • Definición de roles y responsabilidades dentro de cada sesión (que pueden rotarse en función de lo que pactemos y de lo acontecido durante o tras cada acción de aprendizaje específica). Aquí es importante, que cada persona nos sintamos bien en nuestro papel para interpretarlo nivel Óscar.
  • Determinación de expectativas, individuales y de pareja de facilitación, realistas en función de los tiempos disponibles, de los objetivos de aprendizaje definidos y del presupuesto (esto último, a veces se convierte en un melón).
  • Conocimiento de los estilos de comunicación y de gestión de los talleres para no caer en incongruencias, o en momentos de sorpresas desagradables ante determinadas situaciones (ej. resolución de conflictos, aplicación de ciertas metodologías basadas en el “ombliguismo” o en el “yo vengo aquí a hablar de mi libro”, instrumentos de evaluación o recursos -sobre todo tecnológicos, que quizás pueden evidenciar una falta de conocimiento por parte de alguna de las personas facilitadoras- , etc.).
  • Compartición de las informaciones sobre el grupo-clase, lo que incluye: sus necesidades, sus problemas, sus inquietudes, sus expectativas respecto a la formación, sus conocimientos previos, etc. Dicho conocimiento puede que recaiga sobre todo en una de las personas cofacilitadoras, que debe transmitirlo a la otra.
  • Aplicación del liderazgo compartido: donde el protagonismo se comparta con sentido. Evitando pisar las intervenciones de la compañera o del compañero, o sumando demasiados “sí, pero…” en lugar de “si, y además” (esto último, en exceso, también puede llegar a provocar un empacho informativo).
  • Concreción de los tiempos conocidos, distribuyendo previamente los minutos de intervención, así como sus objetivos asociados, en función de lo que cada una o uno pueda aportar para que la formación resulte lo más impactante posible para las y los participantes. Es importante flexibilizar, y dotar de minutos de “azúcar”, que en un principio están exentos de contenido, pero de los que podemos echar mano en ciertos momentos para completar lo expuesto o para dar más margen a fin de permitir cerrar la resolución a una actividad significativa de aprendizaje planteada con calma.
  • Colaboración de la de verdad de la buena. Si te soy sincera, la cooperación funciona, pero se nota cuando cada persona ha preparado su parte por su lado y luego las hemos juntado (con suerte 20 o 15 minutos antes de iniciar la sesión). Tenemos que conseguir tejer una sesión, evitando traer “una manga por un lado, y un cuello, por otro lado”, porque de este modo, las piezas de nuestro taller pueden acabar de encajar no del todo bien, haciendo que se salten ciertos puntos. Esto la gente, lo nota.
  • Feedforward constante y constructivo, tanto en el durante como una vez finalizada la acción del taller, curso, etc. En el momento del desarrollo, la posibilidad de dialogar sobre la marcha acerca de lo que acontece en el aula (cara a cara o vía canal alternativo en la nube de comunicación si el evento es en línea -ej. WhatsApp, Telegram, etc.-) ayuda a realizar ajustes realistas sobre la marcha para adaptar y personalizar al máximo lo vivido por las y los participantes en función de los resultados de aprendizaje, las preguntas o las “caras” que van emergiendo sobre la marcha.
  • Baño de humildad con agua tibia, para aceptar que tengo mis limitaciones (unas cuantas) y debilidades variadas a la hora de facilitar y que, al realizar esta acción en compañía, quedan aún más a la vista. 
  • Emisión de críticas constructivas, de las que no dañan el ego porque están dichas con “amor” y con un propósito de mejora profesional. Cuando la intención es buena por parte de la persona emisora, la receptora (es decir, yo) lo noto y aunque a una puede escocer un poco al principio, luego la conversación lleva a establecer actividades que ayuden a mejorarme y acabo con un regustillo bueno en la mente y el corazón.
  • Disposición a perder ceder parte del control. Cuando estoy en el aula sola, soy “dueña y señora” de todo, todo y todo. Pero al compartir espacio con otra facilitadora o facilitador, tengo que confiar en sus aportes, en su gestión del tiempo y de las dinámicas, en su modo de acompañar. Esto no cae de nuevo, ya lo hemos conversado previamente, pero hasta que la realidad no llama a tu puerta… nunca sabes del todo qué va a suceder y la pelusilla la tengo ahí, en la boca del estómago.
  • Ajustes de energías o de brillo, para no opacar y permitir brillar a la pareja con luz propia durante sus momentos de intervención.
  • Uso de la dinámica de evaluación MIMO, en un spa o en un espacio menos húmedo, resulta más que suficiente para realizar una valoración objetiva de la cofacilitación y de cómo la podemos mejorar en próximas ocasiones.
  • 🥳Quedada para celebrar, en la nube o en la cafetería más cercana, los éxitos y comentar los puntos negros que han surgido durante el taller para buscar soluciones a los últimos, y poner en valor los primeros (esto último, se nos suele olvidar o lo damos por hecho, pero es importante poner ese broche al trabajo conjunto, ya que algo se impregna en las neuronas que hace que si se plantea otra ocasión de trabajo conjunto digamos un claro y alto “sí, quiero”). 

Este post va tocando a su fin. Me queda pendiente una segunda parte, sobre porque la cofacilitación es para mí una “proposición (in)decente” (la (in) es de innovación) para las experiencias aprendizaje de actualidad.

Y antes de dejar el teclado, solo decirte que para mí una cofacilitación de 9,99 requiere Práctica, Empatía, Comunicación, Adaptación y Reflexión. 

¿Te animas a PECAR🍎?

P.S.1 Dedico este post y un AGRADECIMIENTO (así, mayúsculo) a todas aquellas personas que “me han sufrido” a su lado cofacilitando en las últimas dos décadas, y muy especialmente a: Neus Burch, Bea García, Nacho Muñoz, Julen Iturbe-Ormaetxe y Núria Ambrós.

P.S.2 Imagen generada con Blinkshot.

Ana Rodera
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