Suelo reflexionar, a menudo, en especial cuando comienzo un nuevo proyecto, sobre ese primer momento de relación, su contexto e importancia, sus liturgias, preguntas y la conversación que se va a generar. Ese momento, el primero de muchos, condensa para mí los principios sobre los que se desarrollarán a posteriori las fases que seguirán en el proyecto. Aquella “la primera impresión es la que cuenta”, quizás un tanto exagerada, adquiere no obstante un aura especial. Hay que prestarle atención, tiempo y método.
Converso a menudo con entrenador=s de otras disciplinas –sabe de mi relación con el deporte, mi otro espacio vital–, donde compartimos enfoques sobre nuestra manera de relacionarnos con el grupo, con cada persona. Recién hablé con un entrenador de natación, deporte con un marcado acento de sobreesfuerzo individual, y como todo deporte, también, donde en un instante te “juegas” el trabajo realizado semanas y meses atrás, sobre la importancia de los primeros días de entrenamiento, las sesiones, también diseñadas, de conversaciones personales con cada deportista, donde se exponen expectativas mutuas, de cómo serán los entrenamientos de cada día, de lo que se puede lograr y sobre todo, de cómo construir ese proceso. Me decía, “en esos días quizá ya estemos ganando unas décimas de segundo al cronómetro de la última prueba”. Me resultó muy llamativo.
Cada vez que presento una propuesta de trabajo, en las primeras conversaciones, hago una breve presentación donde además de explicar qué papel jugaré en este proyecto, desde mi bagaje profesional y mi inquietud en la construcción y desarrollo de las marcas y la comunicación, incido también en que “construyo equipos”, como si fuera uno de mis equipos de baloncesto. Lo hago porque entiendo cada proyecto como la preparación de un reto al que nos enfrentamos, y hablo conscientemente en 1ª persona del plural, ya que resulta imprescindible la participación, complicidad y compromiso de las personas que estén implicadas, y también porque caminaremos juntas por ese espacio temporal que derivará en un resultado concreto, relacionado lógicamente con la petición inicial. Julen, en uno de sus posts en este espacio, incidió también en estos inicios y toda esa estructura que se arma cuál andamio que sujetará la obra a desarrollar.
Quiero fijarme en esos primeros momentos de miradas y comunicación no-verbal, de primeras palabras e intercambio de preguntas/respuestas. De estos “gestos” que necesitamos generar para ir combinando una serie de factores emocionales que tienen que ver con esa química que el propio proyecto desarrollará y, ojalá, perfeccionará conforme pasen las semanas, los encuentros, las sesiones de trabajo, hasta los mails, los informes y las llamadas de teléfono. Es, lo que en deporte llamamos: pretemporada, la fase inicial donde se prepara la base del trabajo que se realizará día tras día, y donde se comienzan a conocer l=s profesionales, y a las personas en especial, donde se traza una manera de visualizar el proyecto tanto para los buenos como para los malos momentos, que seguro también llegarán.
¿Pero la consultoría no va de ser profesionales y ya está?, te podrás preguntar, y acepto esta cuestión, claro. Esta pregunta y su respuesta están ya tácitamente realizadas de antemano porque esta relación se inicia por una necesidad concreta que un/a profesional puede llegar a resolver. Pero lo importante no solo será sobre qué fundamentos y decisiones se irá desarrollando este proyecto, sino, sobre todo, con el cómo se va a desarrollar. Los contextos y momentos que se creen y se generen serán tan importantes como los conocimientos, experiencias pasadas, visiones conjuntas, y ajustes, matices y avances que se realizan en el tiempo.
¿Qué significa en realidad eso que habrás escuchado alguna vez de “un equipo tiene química”? Se refiere en especial a que además del desempeño, positivo en la mayor parte de las ocasiones, tiene que ver con las actitudes colectivas, con los apoyos mutuos, con el compromiso, con la sintonía, con esa cesión de egos en beneficio del colectivo. ¿Todo esto lo podemos llevar a un grupo de trabajo con quien iremos desarrollando un proyecto en el futuro? Entiendo, y desde mi óptica y mi experiencia personal, que es posible si se enfoca correctamente desde el principio. ¿Es esta una tarea también nuestra como consultor=s artesan=s?. Diría que sobre todo, sí.
Veo posible proponer, por ejemplo, espacios informales donde se pueda seguir hablando del proyecto, con una cierta sensación de naturalidad, de confianza e incluso de aparición de nuevas ideas. Acabar una sesión de trabajo, con un café, fuera de las instalaciones –si es posible–, para comentar la sesión, o incluso para plantear alguna otra cuestión, genera un clima favorable. Veo muy posible también que, fuera de los hitos marcados, proponer un encuentro para comentar algunas cuestiones que van surgiendo conforme se genera la información. Una llamada de teléfono, un mail indicando esta cuestión o simplemente el envío de una información complementaria, inesperada, pero de valor, aporta una mirada especial al trabajo que realizamos. Veo muy posible generar una dinámica previa de introducción a la sesión de trabajo como juegos de rol u otra actividad, para limar esa tensión inicial frente al momento concreto de trabajo a desarrollar.
Estas dinámicas, entiendo y propongo a su vez, ayudan a generar de inicio esa química que puede ayudarnos a que el reto al que nos enfrentamos se resuelva con más garantías de éxito. Soy consciente de que no es una receta a realizar porque sí, pero desde nuestra manera de practicar la consultoría desde una perspectiva artesana, humanística y social, hemos de preocuparnos también de estos aspectos informales/formales, además de nuestro rigor, calidad, y búsqueda de la excelencia, que seguramente redundarán en un mejor resultado del proyecto. Y sobre todo, importante también, en una experiencia consultora y relacional mucho más memorable.
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