Quizá haya quien no vea sentido en la pregunta del título de este artículo porque ya esté en la postura de que… por supuesto que sí. ¿O estás, acaso, en el otro lado y consideras que hay que cerrar esa puerta? Hace poco leía un artículo que, simplemente, venía a decir que la inteligencia artificial generativa (IAG) era otro agente más que se sentaba en la mesa de un equipo y echaba un cable para tomar las mejores decisiones posibles. Me gustó ese enfoque porque era tanto como reconocer que sí, que ya hoy desempeñaba un rol, pero que debía complementarse con otros. Vamos que sí, pero en su justa medida.
Sin embargo, si quieres ya tienes ejemplos no de «complementariedad», sino de sustitución. En vez de humano, inteligencia artificial. ¿En qué puesto? Para qué andarnos con tonterías, el de CEO: Una inteligencia artificial lleva meses haciendo de CEO en una empresa. Han subido las acciones.
Bromas aparte, este artículo quiere plantearte ese dilema de cuándo sí y cuándo no echar mano de la IAG. Te recuerdo que este segundo apellido, el de «generativa», introduce un nuevo matiz en la ecuación: se nos prometen contenidos «nuevos y originales». Como siempre que convivimos con algo que está en la cresta de la ola en popularidad, hay que bajar expectativas. Al menos, con los usos más populares de este tipo de inteligencias artificiales. Vale, aceptamos cierto salto –llámalo, si quieres, «cualitativo»– en la medida en que se genera un texto, una imagen o un vídeo que antes no existía. Sin embargo, me temo que cuando empiezas a emplear estas herramientas con cierta intensidad vas a acabar descubriendo que se repiten bastante.
Dicho lo anterior, no seré yo, desde luego, quien se ponga en modo demonización. Las tecnologías avanzan. Ayer fueron unas (ojo, que estás leyendo a alguien que estudió toda su carrera en la universidad sin un ordenador, sin Internet y sin Google), hoy son otras y mañana… mañana a saber qué tendremos por aquí. La tecnología también nos hace humanos. A fin de cuentas, somos humanas y humanos quienes la desarrollamos.
En la consultoría veo usos sencillos y otros más complicados y que requieren un pensado serio. ¿Usos sencillos? Preguntarle a ChatGPT por un esquema para analizar un determinado problema, buscar referencias que inspiren alternativas, localizar recursos concretos en torno a un problema ya identificado o preguntar por datos concretos. Te pongo un ejemplo: has comenzado a trabajar con una empresa proveedora de soluciones de fijación en vehículos (un caso real en el que estoy metido). Quizá te interese saber qué diferentes «piezas de fijación» se emplean en un vehículo, qué influye en su calidad, quiénes son los principales actores o cosas así. Pues pregúntaselo a ChatGPT para poder diferenciar entre tornillos, tuercas, arandelas, remaches, clips, pasadores y abrazaderas. Muy básico, ¿no? Ya, pero puedes seguir preguntando por quién es quién en cada ámbito. No olvides que estás ante un chat.
Es decir, veo a la IAG como una manera de conseguir situarnos frente a una problemática. Tiene que ver, por tanto, con fases iniciales de un proyecto de consultoría y contribuye a entender adecuadamente el contexto en que nos vamos a mover.
Si nos vamos a fases más avanzadas de un proyecto de consultoría y esto incluye consensuar propuestas de acción, hay que ser consciente de la especificidad en que nos movemos. Ahora bien, la lógica me dice que antes habrá habido problemas similares que habrán requerido de determinadas soluciones. Por supuesto, no es un simple copiar, pero sí que podemos buscar inspiración preguntando por algo así como «soluciones pasadas» o «soluciones tipo». No construimos nuestros proyectos sobre un folio en blanco. Así pues, el pasado también puede ayudarnos, bien porque nos sirve, al aceptar que ciertas soluciones pueden seguir funcionando, o bien por ¡todo lo contrario!
¿Cuándo hay que cerrar la puerta a la IAG? Pues ojo, en todo esto hay que andarse con cuidado porque a veces ChatGPT se vuelve mentirosillo. Parece que no acepta de buen grado la callada por respuesta y que tiende a desvariar cuando sus neuronas no encuentran una respuesta. Así pues, nada de dar por sentado que algo parecido a «la verdad» fluye por sus circuitos. Además, ahí están sus sesgos, los que provienen de generar un futuro que sea igual al pasado. Por mucho que nos vendan distintos niveles de creatividad hay que andarse con pies de plomo cuando en juego está un trabajo profesional y, en nuestro caso, artesano.
Así pues, ¿cuál es mi propuesta? En fin, yo que tú jugaría con esta inteligencia artificial generativa todavía en fase inicial. Todo va más deprisa de lo que pensamos. Llegó tecnología en forma de ordenadores y otros dispositivos, llegó Internet, llegaron los buscadores y la Wikipedia. Ahora tenemos a la IAG sentada a la mesa para complementar nuestro equipo. ¿Cómo la usamos en modo artesano? ¿Podemos?, ¿debemos? Por cierto, ya sabes que escribí otro artículo sobre esta misma cuestión. Sé que en parte me repito, pero que es que ando dándole vueltas a este asunto día sí y día también.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay.
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