Hace ya unos años, me propusieron «compartir”, en el seno de una Jornada, aquellos mecanismos mediante los cuales me “actualizo” y “aprendo”. Pues bien, aquí tenéis lo que escribí al respecto, para aquellas o aquellos que no le hayáis puesto cabeza, es un buen ejercicio, nada fácil, cuesta apartarse de la tendencia recurrente a acudir a lo culturalmente establecido, pero muy útil si queréis asomaros a las verdaderas fuentes de vuestro aprendizaje. No es fácil, no, ahora que leo lo que escribí en aquella ocasión, siento que todavía podría darle alguna vuelta más.
Con el tema de aprender consultoría me sucede lo mismo, me parece que debiera saberlo, que debería verlo sencillo, no en vano me dedico a ello desde hace 30 años, tanto a la consultoría como a facilitar procesos de aprendizaje, pero cuando lo pienso, se me antoja también algo, inasible, complejo, como si no hubiera nada estable que explicar y lo que llamamos consultoría se reinventase en cada proyecto.
Los intentos para hacer formación en consultoría se remontan, en mi caso, a hace unos veinte años, donde con unos colegas con los que compartíamos sociedad en una empresa de consultoría, montamos una formación para el personal técnico de otra empresa colaboradora para la cual éramos referentes en cuanto a método de trabajo.
No es que el proyecto fuera mal, ya sabéis, todo el mundo quedó contento: nos lo preparamos, elaboramos un programa formativo en aula (era otra época), le pusimos tiempo, hablamos y debatimos sobre esto y lo otro. Fue fácil compartir los aspectos mecánicos de la gestión de un proyecto de consultoría, tales como la forma en que estructurar una propuesta o cómo presupuestarla; trabajamos algún caso, pero no llegamos a transferir el intangible que vertebraba nuestra actuación como consultores, algo faltaba. Mi conclusión, en aquel momento, fue que la consultoría se aprende captando e incorporando algo que solo se transfiere desde la práctica. ¿Qué es este algo? Esta era la cuestión.
Pasados unos años, Eugenio Moliní me habló de un libro que consideraba de cabecera: Consultoría Sin Fisuras, de Peter Block. Eugenio es uno de los consultores más completos que conozco y le considero un muy buen prescriptor, sus recomendaciones siempre son acertadas. Por esta razón, me hice con un ejemplar con la esperanza de encontrar mi vivencia profesional, explicitada y bien organizada en un índice.
El libro de Block es bueno, ordena las fases de un proyecto de consultoría, te dice cómo has de ser, la fortaleza mental que has de exhibir, aporta conceptos, alerta sobre peligros y describe tretas, en algunos capítulos te eleva y en otros te ves como un principiante, a veces te llega un guiño de complicidad desde sus páginas, pero en mi caso, la consultoría que describía era de cuento, aunque psicológica la encontré distante, no vi mi trabajo, ni mis principios, ni a mis clientes; eso sí, aprendí algunas palabras interesantes que sigo aplicando.
Desde casi sus inicios, la Red de Consultoría Artesana se plantea la posibilidad de formar en Consultoría Artesana. Nacho Muñoz ha escrito un magnífico post sobre esto en este espacio y el último encuentro en Vitoria-Gasteiz, trató el tema en profundidad aportando ideas y abriendo posibilidades muy, muy interesantes.
No pude asistir a ese encuentro, pero quiero contribuir a la reflexión de mis colegas y coincidir con sus conclusiones incorporándome con mi perspectiva actual y apoyándome en los siguientes puntos:
Condiciones previas: inquietud por explorar, consciencia del poliedro
La mayoría de mis referentes profesionales, en el tipo de consultoría que llevo a cabo, son personas que leen y además, no sólo leen habitualmente, sino que saben apreciar todo tipo de literatura, sea esta del género que sea, exploran tanto la novela como el ensayo, ya se trate de antropología, filosofía, física, neurociencia, gastronomía, religiones, política, sociología o historia. No se trata de una lectura acumulativa, no, sino de una lectura curiosa, de un interés por sumergirse y explorar para el que siempre se encuentra tiempo, mientras se espera para una reunión, en el metro, entre vuelo y vuelo.
Hablo de lectura pero podría incluir series y películas, documentales o podcasts de todo tipo, es un rasgo de curiosidad que remite a algo infantil, en el mejor sentido de la palabra.
Podría pensarse que considero este rasgo importante por aquello de llegar a ser una persona informada o culta, pero no, no es por esto. Creo que esta manera de canalizar esta inquietud responde a no considerar la realidad, la vida o el mundo en el que estamos, como algo fragmentado que viaja en direcciones opuestas, sino que todo forma parte de una única cosa, un gran poliedro y que esta curiosidad solo responde al impulso inconsciente por conocer y sumergirse en cada una de sus caras.
Esa concepción del “todo” holística e interrelacionada, sistémica dirían algunas y algunos, incluye a las organizaciones y es por esto que la encuentro fundamental para abordar el cambio (personal u organizativo) y uno de los rasgos distintivos de la consultoría de profundidad.
La consultoría y todas aquellas profesiones directamente relacionadas con la ayuda y el asesoramiento profesional o personal, además de experiencia, requieren de un conocimiento humanístico y científico amplio y ecléctico, que vaya mucho más allá de la teoría o metodología especializada, que añada criterio, amplitud de miras, enriquezca la capacidad de empatizar y favorezca la comprensión de las personas y organizaciones con las que se trabaja y en las que incide nuestra intervención.
Este es un rasgo que me parece difícil de transmitir o transferir. Uno puede compartir su manera de estructurar una propuesta técnica o cómo enfoca tal o cual demanda, pero esta intuición poliédrica o la inquietud y apertura de miras para explorarla por tu cuenta, exige de algo más.
La consultoría artesana requiere de ingenio
Tal cual, aunque la demanda parezca la misma, en mi experiencia, la situación la hace siempre distinta. El tamaño o la cultura de la organización o la sociedad en la que se halla, su tecnología, las personas, sus realidades, sus personalidades o las interacciones que establecen entre ellas, su grado de tolerancia a la frustración, capacidad de riesgo o cómo afrontan el error, son, entre otras muchas cosas, lo que hace que cada proyecto de consultoría sea distinto y genere un cierto grado de incertidumbre cuando se plantea desarrollarlo de manera artesana, es decir, a medida de la situación a la que se dirige.
Esto no quita para que se siga una lógica, muy lógica, de aprovechamiento y que cada cual tenga su caja de herramientas repleta de gadgets y retales, metodologías y técnicas empleadas en otros proyectos, que vuelca en el suelo, ante cada nueva demanda, con la esperanza de dar con la pieza adecuada que encaje con la situación que ha de abordarse.
Pero, aun así, aunque se eche mano de métodos o técnicas ya empleados, en cada proyecto hay algo de invención, de composición, de combinar elementos, de ingeniería que requiere, por poco que sea, de una mirada nueva y de la predisposición a tenerla y a convivir con ella, nada fácil para alguien que no tolere la incertidumbre y necesite escudarse en la seguridad de un molde o de una fórmula probada e infalible.
La consultoría artesana no se enseña, se aprende
Considero que la base metodológica, actitudinal y moral de la consultoría que practico en la actualidad la aprendí hace ya mucho tiempo a partir del contacto directo con los compañeros con quienes trabajaba.
Evidentemente, desde entonces, ha habido consultores y consultoras que me han aportado y siguen aportándome, pero si tuviera que remitirme a los fundamentos de la construcción de mi “personalidad consultora”, a medida que pasan los años soy más consciente de la importancia que tienen un par de compañeros que confiaron en mí y me acompañaron en mis principios, integrándome en su empresa e incluyéndome en sus proyectos o dando soporte a los míos.
La consultoría se aprende sobre el terreno, haciendo consultoría, pero se aprende mejor cuando se monta y despliega un proyecto junto a alguien que ya tiene experiencia en ello, compartiendo la tensión sobre las expectativas depositadas en tu trabajo, el compromiso con los resultados pactados, la incertidumbre de que el ingenio funcione y las más que probables decisiones de cómo maniobrar en el caso de que no lo haga.
Es así como aprendí lo que creo que considero tan difícil de transmitir: la importancia de dedicarle tiempo suficiente a diseñar la intervención, a jugar con las posibilidades de que dispongo, la necesidad de echar mano y confiar en mi ingenio, de cómo hacerlo. Aprendí a conversar con el cliente, a generar confianza a partir de mi propia convicción y a fundamentar esta convicción en un conocimiento reflexionado, actualizado y poliédrico; de mis compañeros fui contagiándome, en definitiva, de los valores que han de orientar mi toma de decisiones y actividad profesional y esto lo incorporé sin que ellos tuvieran una clara voluntad de enseñármelo ni yo de aprenderlo. Lo hice a partir de lo que veía, se desprendía de lo que hacían, de la ética en sus decisiones, de cómo se relacionaban, de su rigurosidad metodológica, de cómo ajustaban los recursos a sus necesidades, de su voluntad de trabajo, de cómo establecían relaciones, mezclaban y cobraba sentido lo variopinto de sus intereses con la lógica de sus proyectos.
Podría pensarse que ahí reside parte de la solución a cómo aprender consultoría. Si ya tienes entre tus rasgos la “inquietud exploratoria” y la “mentalidad de poliedro” iniciales, solo queda practicar junto a aquel o aquellas profesionales de la consultoría de quienes quieras aprender, pero no es tan fácil.
Muchos consultores o consultoras artesanas trabajan en soledad o, como mucho, colaborando en relaciones donde cada cual busca complementar al otro, desde su propia individualidad, con aquello que se le da mejor.
A menos de que seáis empresa y forméis parte de un proyecto que requiera de un equipo, se hace difícil incorporar a alguien sin alterar el delicado equilibrio entre el tiempo disponible, los resultados esperados, el presupuesto pactado y la privacidad en la relación con el cliente que caracteriza estos tipos de consultoría.
El valor del trabajo artesano reside en el cómo
REDCA planteó, desde sus inicios, la transferencia de conocimiento como uno de los valores más importantes, claros y seguros que esta comunidad podía proporcionarle a cada profesional que formaba parte de ella y, teniendo en cuenta las limitaciones que he comentado, una de las cuestiones más recurrentes ha sido: cómo hacerlo.
La manera más interesante y efectiva se ha conseguido huyendo de las explicaciones teóricas y de la construcción exprofeso de relatos personales para definir quiénes somos a partir de cómo trabajamos, mediante la presentación directa de proyectos propios, una fórmula que ya hemos utilizado con mucho éxito, en dos encuentros presenciales, uno en Girona [2010] y el otro en Bilbao [2014] y que hemos sistematizado en el último año a través de una serie de webinarios de transferencia de conocimiento de carácter trimestral.
Estos webinarios de transferencia de conocimiento consisten en presentaciones cortas sobre una metodología empleada, el uso que se la ha dado a una determinada tecnología o cómo se ha estructurado un proyecto. La videoconferencia no ha de durar más de dos horas, con lo que las presentaciones han de ser breves para que dé tiempo a abrir una conversación posterior, a hacer más de una presentación y a que se pueda realizar la tradicional ronda para actualizarnos respecto al estado de cada una de la personas allí reunidas.
Una de las claves del éxito de estas sesiones de transferencia de conocimiento es orientarse, en todo momento, a los intereses del público al que se dirige. La persona que transfiere ha de evitar explicar proyectos por el simple hecho de que le gusten a él o a ella, ha de tener clara consciencia de que el objetivo es escoger y transferir aquellas experiencias que puedan aportar alguna cosa a la realidad de las personas que se hallan ahí. De no ser así, se corre el peligro de desembocar en las clásicas e inútiles exposiciones de lucimiento personal que todas y todos ya conocemos.
Pienso que el efecto que puede causar, en cualquier persona interesada en aprender consultoría, asistir a sesiones de este tipo puede ser muy interesante e instructivo porque, en la transferencia clara y sincera de cómo se ha enfocado o estructurado un proyecto de consultoría, se comunica inevitablemente mucho más, ya que se libera la química intangible de la consultoría a la que me refería al principio de este artículo. Es imposible no ver ni dejarse impactar por este componente de ingenio inherente a cada intervención o no deducir algo tan importante como los valores en los que se soporta el proyecto a partir del cómo está conceptualizado y estructurado.
Ahí hay una vía de transmisión, aunque ya se sabe que, quien quiera aprender de verdad, ha de asegurarse una práctica donde poner a prueba todo este conocimiento, como sucede con un video donde se nos muestra una receta de cocina, en consultoría se “aprende haciendo” y ajustándolo todo a tus propias medidas y a la realidad que tienes delante.
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Estimado Manel… muchas gracias por tu post… ciertamente inspirador. Desde San Sebastián tan solo aportar el eco de mi propia experiencia (casi tres décadas en este bello oficio): el cambio es lo único permanente para nosotros y para el approach a cada proyecto, organización o sistema… y la práctica… el único atajo (si los hubiere). Un fortísimo abrazo. ¡Gracias, Manel!
Sí, al final es una lección de Vida. Gracias, Azucena, por tu aportación.
Un abrazo muy fuerte y felices Fiestas!