Emana de muchos de los posts que están escritos en este blog: el valor humanista de la consultoría artesana y también el valor de lo personal, de la persona que trabaja para otra persona y/o para un grupo de personas. Usted bien podría indicarme que en cualquier ámbito de la vida, incluso por oposición en la “consultoría tradicional/industrial”, también se da esta dosis personal. Y no diré que no porque generalizar no es precisamente una buena tarea. Solo quiero indicar que este valor humanista, de las relaciones personales en el ámbito profesional, es algo que en cada proyecto, en cada taller, en cada conversación, surge de manera natural, y más cuando hablamos de consultoría artesana especialmente.
Recientemente he acudido a una de las presentaciones del libro de nuestro compañero, ahora en otras lides, Amalio Rey, “El libro de la Inteligencia Colectiva”. Su libro da para muchas reflexiones, pero hay una en la que bajaba la velocidad de la lectura para hacer una mirada más detenida y atenta: los afectos. A modo muy de síntesis, esta parte afectiva y emocional, que surge de personas para personas en los procesos de inteligencia colectiva, adquiere una importancia capital. Esa sensación de abrir los procesos, de tener en cuenta las opiniones de cada persona, sea cual sea su lugar en el proceso emprendido, esa sensación de que el desarrollo del proyecto y, sobre todo, los resultados, debe otorgar esa parte afectivo-emocional, hace que una persona no solo viva el camino, sino también sienta que su participación y su contribución ha sido útil, ha sido tenida en cuenta y, sobre todo, ha sido resultado de su contribución especialmente personal. Los afectos.
A vueltas con otro post de nuestra compañera Naiara a principios de año, me vino a la cabeza una idea que ronda siempre el trabajo diario: la confianza. Naiara, recordemos, hablaba mucho de los límites, esos que te permiten “jugar” dentro de ellos en cada proyecto de la misma manera que son un espacio que, una vez traspasado, atenta contra la voluntad de seguir adelante en su desarrollo. Pensaba entonces, y pienso ahora, cuán importante es generar esos “espacios de confianza” para que esos mismos proyectos en unión con nuestros clientes, se desarrollen en un estado donde lo afectivo, lo emocional, lo “personal” ayude a su buen desarrollo. Independientemente del resultado. Es, una vez más, el proceso el que nos permite que un buen proyecto se convierta en un gran proyecto. Ese equilibrio que, Amalio comenta, entre eficiencia de un proyecto frente a los esfuerzos requeridos para ello hace que esa confianza personal pueda aumentar o disminuir e incida con mayor seguridad en el resultado obtenido.
¿Generamos los suficientes espacios de confianza cuando se inicia una relación profesional con un cliente, con sus personas responsables? ¿Es preciso que existan estos espacios? ¿Se puede desarrollar un proyecto sin atender a esta parte emocional, afectiva, más personal? Quiero pensar que sí, que es necesario generar estos espacios de confianza para que en el transcurso del proyecto, junto a la clara definición de qué se quiere conseguir y cómo lo vamos a desarrollar, esta capa afectiva protagonizada por la confianza mutua ayude a amplificar los logros, en el resultado final, en el proceso y por supuesto en la relación.
Quienes tenéis cierta relación con el mundo del marketing y lo digital probablemente conozcáis el modelo PESO, que establece la relación entre las estrategias digitales de comunicación y marketing empleadas para tratar de llegar a nuevas audiencias. Es un acrónimo de los “medios de Pago (Paid)”, “medios Ganados (Earned)”, “medios compartidos (Shared)” y “medios Propios [Owned]”. Más allá de su uso en comunicación y marketing digital, me interesó hacer la traslación hacia nuestras relaciones con nuestros proyectos. Me pregunté en qué medida esta confianza que mostramos en nuestros proyectos tiene que ver con lo que el cliente “nos compra” (pago), en qué medida tiene que ver con aquello que nosotros generamos y construimos (propios), cómo la confianza viene amparada de otras experiencias vividas en consultoría tanto propia como la del cliente (ganado) y si esta manera de trabajar, esta manera de comportarnos es posteriormente compartida entre el grupo, entre las personas protagonistas del proceso (compartido).
De aquellos límites que hablaba Naiara, de esa asertividad que Julen mencionaba en su post sobre lo que el cliente “paga” y si tiene o no la razón, de esa confianza necesaria de la que habla Nacho en su post sobre innovación colectiva, está siempre presente una capa emocional en la manera en la que se afrontan los proyectos, el acercamiento al cliente y también las relaciones futuras. La pregunta es si realmente se generan estos “espacios de confianza” para que así suceda. Solo quisiera señalar una mirada personal en mi caso: unido a mi relación con el deporte, las emociones guían nuestra manera de proceder, de convencer al equipo y de tratar de generar unas relaciones que puedan dar un mejor resultado. Pero aunque este resultado no se consiga, al menos se logre mantener estos afectos, estos espacios de confianza, para acometer futuros proyectos.
Foto de jesse orrico en Unsplash.
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